sábado, 1 de marzo de 2008

Flora Tristán

Así la describió la insigne escritora Angélica Palma, en un reportaje realizado en la ciudad de Madrid, 1930.

¿Rebelde? ¿Inadaptada? ¿Precursora? ¿En cuál de estas palabras podría sintetizarse la romancesca y original personalidad de Flora Tristán?

Cualquiera de esas expresiones responden a un rasgo típico de su carácter, a un aspecto de su apasionada actuación; la explican y motivan la historia de su vida, los años atormentados de su infancia y su primera juventud, tan decisivos en la formación de la individualidad.

Flora Tristán fue francesa de nacimiento, española de origen y reclamó siempre su nacionalidad peruana; su padre, D. Mariano Tristán, era muy estimado por Carlos IV, quien, a pesar de ello, o por ello, le negó autorización para contraer matrimonio con una francesa emigrada a causa de la revolución.

Casóse entonces en secreto D. Mariano Tristán y se marchó a París, donde en 1803, nación Flora, cuya situación no logró legalizar el padre, por no ser válida en España su unión, debido a la circunstancia ya dicha; ni en Francia, por haberse prescindido de la ceremonia civil del matrimonio.

Huérfana de padres desde los cuatro años y bajo la tutela de una madre incomprensiva, llegó flora a los albores de su juventud, linda, inteligente e inquieta, sufriendo los rigores de la pobreza y segura de librarse de ellos en cuanto pudiera lograr que reconocieran su condición de hija legítima de la familia de su padre, residente en la América lejana y misteriosa, en tierra del Perú.

Contaba la hermosa muchacha poco más de quince años cuando su madre la obligó a casarse con el grabador Andrés Chezal, enlace desgraciado que sólo duró hasta 1827 y que dejó sedimentos de amargura y rencor en el corazón de esa mujer soñadora y entusiasta, unida, en los albores de su juventud, a un marido que no supo apreciarla y al que nunca amó. Seis años vivió Flora en Francia separada de su esposo y en lucha contra él, que intentaba arrebatarle a sus hijos, cuyo sustento y educación le imponían enormes sacrificios. En medio de sus penurias y aflicciones, mientras angustiada se debatía entre la miseria y la hostilidad, la única luz que, lejana y consoladora, percibía la desvalida mujer, brillaba en el país de su progenitor, y hacía él emprendió viaje temerario y esperanzado, dejando a sus hijos en Francia; el niño, al lado de su padre, que al fin logró apoderarse de él y confiada a manos piadosas femeninas a su pequeña Alina, futura madre del famoso pintor Gauguin.


Fruto de este viaje aventurero fue el libro curiosísimo titulado Peregrinaciones de una Patria, en el cual la autora relata su larga travesía de cinco meses en el “mexicano”, buque de vela, a cuyo capitán inspira la linda viaje volcánica pasión; su llegada a Arequipa; la afectuosa acogida de los Tristán, que no obstante, rechazan categóricamente sus pretensiones y le niegan, en forma definitiva, la condición de hija legítima; su viaje a Lima, los triunfos que obtienen sus hermosura e ingenio, las mal encubiertas críticas que despierta en las severas sociedades de 1833 y 1834, su condición de casada y separada del marido… Y vemos también en las Peregrinaciones de una Patria que en esa mujer tan femenina, tan aficionada a recrearse detallando sus atractivos, achaque bastante corriente en escritoras, se esboza ya la luchadora futura, preocupada de algo más que sus graciosas coqueterías y sus íntimos dolores.

Con enciclopedismo de aficionada, opina sobre cuestiones militares y económicas, mezcla a sus charlas mundanas prolijas disertaciones acerca de la esclavitud y de la industria agrícola y preconiza la abundancia de escuelas, la difusión de la enseñanza como medio eficaz, para la regeneración del Perú. Dogmatiza en ocasiones, elogia a ratos, satiriza casi siempre y la sátira da a la obra su tono predominante y provoca la curiosidad recelosa de la sociedad peruana y la indignada actitud de las autoridades. Del fracaso de ese viaje ilusionado surgió la socialista militante; al regresar a Europa decepcionada, enferma y pobre, se entregó Flora a la vida agitada, intensa, de febril laboriosidad, que le vale destacado puesto en la Historia del Socialismo. Viajó por Francia y por Inglaterra, estudiando las necesidades del proletario y predicando su reivindicación dio conferencias públicas y su elocuencia arrebataba al pueblo, que la llevaba en triunfo; publicó libros, folletos, y periódicos de combate, como la Unión de los Obreros; pidió al congreso Francés el restablecimiento del divorcio y la abolición de la pena de muerte, y en cartas a su gran amigo Jorge Sand planeó la Revolución del 48, que Flora no llegó a ver, pues murió en Burdeos en 1844.

Desapareció con ella una precursora del feminismo, la primera mujer que fue apóstol y soldado del ideal socialista; sus doctrinas y su acción nacieron de sus amarguras, desheredada, de su efusión compasiva por los desgraciados, por los que eran como ella, victimas de la injusticia. Les ofrendó su inteligencia de iluminada, su sensibilidad de mujer, el cariño popular le es fiel aún, pues hasta ahora, en este siglo XX, tan contrario al romanticismo, los proletarios suelen llevar flores al monumento funerario que, por suscripción, se elevó a Flora Tristán en el cementerio de Chartreux. Allí reposa la sugestiva francesa, agitada de criollas rebeldías que, por influjo atávico, se reflejan en la pintura revolucionaria de su nieto Paul Gauguin. Madrid. 1930.

*Edgar Medina

Miembro de la Sociedad Bolivariana de Venezuela

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