El mismo Martí nos cuenta, en otra exquisita producción suya, cómo llegó a Caracas, fatigado viajero en lírica romería, solo y sin conocer a nadie, sin sacudirse siquiera el polvo del camino, sin averiguar todavía en dónde podría alojarse, indagando antes que todo el sitio en que se alzaba la estatua ecuestre de Bolívar. Y allí, llegó al anochecer, se sentó en las gradas del monumento del Libertador y devoró en silencio sus lágrimas ardientes de soñador proscrito.
Poco tiempo después, ya se había adueñado del cariño y del aprecio de
Llegó a fundar una revista que fue alto exponente de la cultura de su director, aunque sólo tuvo vida efímera por tener que ausentarse Martí con rumbo a los Estados Unidos del Norte; lo llamaban los sagrados intereses revolucionarios de su patria cubana, en momentos en que el clima político venezolano, en pleno apogeo del gobierno de Guzmán Blanco, acaso era poco propicio para manifestar ideas de carácter revolucionario en sesiones públicas.
Su magnifico ensayo, en forma de discurso sobre el Libertador, por la brillantez del lenguaje, el colorido de las imágenes literarias, el acento heroico y la emoción vivísima que despierta, es digno de figurar al lado de los producidos en homenaje al héroe caraqueño por Rodó, por Unamuno y por Menéndez y Pelayo. En célebre ocasión dijo en Caracas: “Deme Venezuela en que servirla: ella tiene en mí un hijo” Así la memoria del apóstol cubano pertenece a los venezolanos como a
Martí nació en 1853, y murió en 1895. Sus escritos sobre temas y personajes de Venezuela fueron numerosos y en 1942,
*Miembro de
Tomado del “Diccionario Bibliográfico, Geográfico e Histórico de Venezuela” por Ramón Armando Rodríguez
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